martes, enero 04, 2011

La escritura policial en el México de 1968


Fuentes de representación y consenso









El archivo oficial es un buen sitio para iniciar una aventura historiográfica, si nos interesa comprender el poder. Si lo que buscamos es algún tipo de verdad, en cambio, parecería mejor partir con nuestras ilusiones a otro acervo. Conviene considerar, que especialmente los archivos políticos, son también una vía de acceso a la forma de pensar de los funcionarios públicos, y a su manera de reaccionar ante el presente. En los archivos políticos mexicanos tanto aparecen seguimientos exhaustivos, crímenes, como variadas formas para ocultarlos, o si se quiere, para llamarlos de otro modo. Lo que puede verse en tantas páginas de papel con membrete, es un forma del pensamiento mismo de un actor complejo, expresado en una multiplicidad de registros que permiten ver al funcionario en su trabajo; y apenas en algunos casos resulta necesario ensayar algún tipo de explicaciones que convenzan al público. Cuando esto sucede, distintos papeles van superponiéndose haciendo un relato zigzageante que avanza o retrocede, que mejora o empeora su representaciones de lo que ha sucedido, y que es prisionero de unas convenciones que a veces, no parecen expresar operación alguna. Vaya, esto parece de por sí caótico.

Sin embargo, el archivo oficial presenta capas sucesivas de procedimientos acumulados, de las prácticas de centenas de escritorios, en los que una y otra vez, van escribiéndose versiones de lo social. De algún modo, leer un fragmento de un expediente guiado por un interés, nos oculta los intereses de quienes han escrito sus prácticas, como se ha dicho. Aunque en el caso de los archivos represivos, y aquí nos dedicamos a esto, también podemos decir: borrado sus prácticas. El lector de los papeles de una sola secretaría -¿quién haría esto?-, lee entonces, algo que afecta a todo archivo oficial. Papeles que expresan actividades de registro (en los que el tiempo y la administración hacen cambiar intereses y sensibilidades); y con ellos, (en ese orden anárquico de carpetas, hojas engrapadas y cajas numeradas), otros papeles cuyas formas de narración presentan una complejidad mayor, en los que la observación y el registro se han vuelto insumo de nuevas clasificaciones e interpretaciones. En ellos aparecen los textos de funcionarios que compilan datos y hacen listas que pide un superior o pequeñas estadísticas; y también, esos otros informes que muestran los rasgos del sitio que ocupan los funcionarios que escriben: visible en su calidad de lectores por lo que saben y, fundamentalmente; visible en su calidad de escritores por lo que le dicen a quien le escriben. He allí, pequeños movimientos de la administración política que quedan en los archivos.

Es el caso de la tarde del 2 de octubre, que ha interesado a la población mexicana, una manera de ingresar al problema es justamente entre esos papeles, que a pesar de que ya formaban parte de una estructura de interpretación (en la que, por ejemplo, los estudiantes eran agitadores y debían ser identificados), presentan también la frescura de la información como insumo interno, a cierta distancia de la versión oficial. Me refiero a los registros policiales. Digamos, como morosa introducción, que hubo aquella tarde un mitin en la plaza de Tlaltelolco, y que tras unas bengalas luminosas varios batallones del ejército que rodeaban el barrio, avanzaron hacia la multitud con la intención de acabar con el movimiento estudiantil que asediaba al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. En la interpretación del gobierno, aquello fue un disturbio, en todo caso, una balacera, una batalla, y también, una trampa. Aunque para otros, esta tarde se recuerde como una matanza, como la masacre de Tlaltelolco.

Cuaderno perdido, máquina de escribir

Los espías de gobierno son uno de los fantasmas más comunes del siglo veinte. A pesar de que sea difícil pensar en ellos sin sus representantes cinematográficos y televisivos, su prácticas son variables, y sus rastros un problema historiográfico en sí.[1] Los estudiantes de aquel 1968 aprovechaban las conferencias de prensa para exponer a los policías vestidos de civil que encontraban, fueran del servicio secreto o de la propia Dirección Federal de Seguridad. Los desenmascaraban. Los archivos tienen también algo de lo que se buscaba desenmascarar en aquellos años... los residuos del sistema de espionaje, reportes pasados en limpio, más prolijos y reflexionados quizá que las notas.

Estos reportes, hechos ya en una oficina y con una máquina de escribir, permitían trasvasar algo más que el cuaderno de notas, es decir, también algo de lo visto y no anotado, algo de averiguado después. Si nos atenemos a los registros desclasificados de los archivos de las policías políticas de la secretaría de gobernación, hubo allí muchos agentes vestidos de civil, como lo indica el rumor que corrió en la plaza. Algunos de ellos, eran también de estos que alimentaban el torrente de información política para el secretario de gobernación, del presidente.

En medio de numerosos detalles, uno de aquellos escribió a mitad del relato que se dirigía al director Federal de Seguridad, que a las “6: 15 hs (...) fue lanzada una luz de bengala seguida de una ráfaga de arma de fuego...”[2] En otra dependencia, un agente en circunstancias similares anotó para el director de Investigaciones Sociales y Políticas que “en estos momentos fue lanzado un cuete de luces verdes y rojas, que iluminó el cielo sobre la iglesia de Tlatelolco y a esta señal avanzó el ejército rodeando la zona del mitin.”[3]

Estos trabajos son muy importantes por su sitio en la cadena de escrituras oficial. Estos textos, como otros, están marcados por su relación con sus lectores, que en estos casos, son hombres de poder, directores de una dependencia, que con ello escribirían informes al secretario de gobernación y al presidente, pero con las que podían tomar decisiones inmediatas. Aunque me detengo en el detalles de las bengalas (a sabiendas de que es un episodio intencionadamente controvertido), quiero advertir sobre otros detalles que como estos, podrían ser omitidos en otras versiones o desatar una pesquisa, una detención, como otras tantas formas de toma de decisión que le compitieran al superior.[4] Para estos escritores, su lector es también su jefe, y esta relación además de ser una práctica instituida, se hace visible en la sensibilidad del remitente ante las necesidades del receptor, bajo cuya venia y dirección se configura su práctica de escritor. El director debe conocer las cosas como fueron.

Informe mal fechado

El 3 de octubre, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios escribió su propio informe (que fechó el día anterior) al secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez. En cuanto al inicio de las corridas de la tarde, Gutiérrez Barrios le escribió:

A las 18.15 horas irrumpió en este lugar el ejército. El general José Hernández Toledo, comandante del batallón de fusileros paracaidistas, a través de un magnavoz, exhortó a los manifestantes a que se dispersaran, siendo recibido por una descarga desde varios edificios, tocándolo una bala que lo hirió en le pecho. A partir de ese momento, franco-tiradores empezaron ha hacer disparos desde los edificios Chihuahua, 2 de abril y de las partes bajas que circundan la Plaza de las Tres Culturas, inclusive de las zonas cercanas a la Vocacional 7, por lo que el ejército contestó el fuego, mismo que fue nutrido hasta las 19.15 horas y posteriormente en repartidas ocasiones continuaron disparándole a la tropa de diversos edificios adyacentes a la zona, con el resultado señalado...[5]

Este nuevo texto se inscribe en una práctica institucional similar, pero distinta; ahora, la información enviada cambia de nivel de emisor y receptor, y por tanto, de intereses y usos. Este otro texto ya no recibe información de un cuaderno, pero sí de otros informes. Sus variaciones son de una magnitud semejante a los primeros, pero sus propósitos oscilan intencionalmente entre interpretación y la descripción. Por ello, aunque Gutiérrez Barrios estaba informado de las bengalas, tendría también para este caso, nuevos elementos que podrían explicar su eliminación. Antes hay que decir que su informe está lleno de datos ya no sólo de lo sucedido en la plaza, sino en contacto directo con la policía, el ejército y los principales hospitales de la zona.[6] Sin embargo, no es tan fácil establecer de dónde ha sacado este asunto del general que andando con un altoparlante fue que una bala, tocándolo en el pecho.

Aunque no hay referencias de que alguien viera esa tarde un soldado en la situación descripta, este comandante del batallón de fusileros y paracaidistas lo había hecho en otras ocasiones. En algún sentido, me atrevo a sugerir que también podría considerarse este agregado que sustituyó en su versión a las bengalas, como hecho narrativo, y un efecto más del archivo. Quiero decir que aunque el ejército no hubiera entrado anunciando su paso, otra veces lo había hecho y la dfs lo había registrado, y esto lo colocaba también en el ámbito de lo posible.[7] En dirección opuesta, valga traer a colación la fotografía publicada en el diario Excélsior, y que funcionaba a pocas cuadras de la oficina de Gutiérrez Barrios, con el siguiente epígrafe: “El jefe de la dfs recibe el informe de un oficial militar: (…) el Gral. José Hernández Toledo fue herido de dos balazos cuando marchaba al frente de la tropa”.[8]

En muchos casos, Gutiérrez Barrios transcribe los datos de sus informantes, pero en éste, la desaparición de las bengalas se presenta como un muestra de la tensión del relato con su horizonte de utilización, es decir, las necesidades del secretario de gobernación de argumentar públicamente. Por ello, la eliminación de las bengalas, y en su sitio el magnavoz y la herida, muestran que al cambiar el destinatario también se altera la estrategia de la precisión, por una pincelada de argumentación, que debe explicarse en la medida que quien escribe interpreta los usos del secretario de gobernación. Este tipo de textos firmados por un director, también tiene formas relativamente estables, como el aumento del grado de complejidad e información sistematizada, por ejemplo, y a la vez que abre la posibilidad de una explicación pública de que lo que ha sucedido. En este caso, una agresión.

Al mismo tiempo, en una secretaría distinta, el general Marcelino García Barragán tenía su versión. Pero en ella, por el momento, la Defensa Nacional no había tenido necesidad de darle a Hernández Toledo un sitio tan protagónico. La primera declaración del general había sido que el ejército había acudido a restablecer el orden, puesto que se había desatado un fuerte tiroteo entre grupos de estudiantes de diferente tendencia[9]. Pero no se trata de obsesionarnos con lo que pasó o no pasó en la plaza, porque visto con esas expectativas las declaraciones de uno y otro, no resultarían más que puntos de vista llenos de imprecisiones. Lo que debemos observar nosotros son las prácticas de enunciación como un hecho tan concreto como otros, en tanto que luego las representaciones de los ciudadanos luego penden de estas partículas de texto. Si lo miramos considerando a estos actores como voces articuladas, asistimos a una suerte de diálogo que simplemente prueba y perfecciona (a veces, en lo privado, otras en lo público) distintas representaciones para sostener alguna forma de consenso sobre decisiones tomadas o por tomar.[10]

Los editores actuales tienen muy presente el procedimiento de elaboración de un mensaje en una página. Reescriben, cortan, pegan, reordenan. Encuentran un texto conveniente y una forma de decirlo. Las técnicas afectan de muchas maneras a la imagen. El pintor agrega capas; el grabador dibuja quitando. Como en el caso del trabajo de estos orfebres, también los archivos oficiales mexicanos presentan estas prácticas de enunciación de una oficina a otra.

Libreto encontrado

Quedó en suspenso lo que sucede cuando el funcionario expone públicamente la explicación, pero hay quienes han tratado, en este caso, de entender qué surge de esta superposición de palabras en el tiempo. Carlos Mendoza, quien conoce bastante las imágenes del día, dice que si atendiéramos las declaraciones de quienes relatan la herida de Hernández Toledo, incluyéndolo a él mismo, pareciera que “estuvieran tratando de repetir con notables errores un libreto”.[11]

En términos de organización -y con esto iré al último plano de la exposición-, las preocupaciones de Mendoza, necesitan detenerse en la lógica con que estas aparecen, como nuevas palabras y argumentos, que como el herido, afectan la memoria colectiva como invenciones, en el más estricto sentido ogormaniano, de creación argumental, de interpretación. Especialmente sobre este palimpsesto, hay que decir que cabe pensar en la noción de libreto, en tanto esta variación de horizontes y alteraciones estratégicas, finalmente, engendran más prácticas de representación. Si el herido no estaba herido, de todos modos fue a parar al hospital, lo vendaron, le tomaron declaración, lo condecoraron, y con ello también, entró a nuestros relatos. Este, en el fondo, sólo trata de aprehender la mayor cantidad de elementos de su notable actuación.

Pero por otro lado, no es que haya que pensar en los libretos, como si no existieran. Aun cuando es el objeto menos visible de toda escenificación teatral o cinematográfica, en los archivos oficiales mexicanos aparecen una y otra vez.[12] Al secretario de gobernación le hicieron llegar el 5 de octubre un “guión” basado “en el primer anteproyecto elaborado por el Gral Marcelino Barragán” para un programa de ‘Televisa’, dice una tarjeta. Se mencionaban allí, la utilización de una “maqueta de toda la zona y una foto aérea”; así como “escenas filmadas de los soldados heridos”, que "armonizan muy bien con el guión...”, y que “serían las que se utilizarían”.[13]

Otros se prepararon en la Procuraduría General de la República, combinando materiales, y se titulan Apuntes de Tlatelolco y simplemente, Tlatelolco.[14] En ellos se agrupan dilemas, en tanto la acumulación misma de materiales, se obturan los intentos por lo que pasó, mientras se acelera la búsqueda de una mejor argumentación. Los papeles se acomodan como bocetos, aunque van cumpliendo funciones específicas, como en este caso, servir en la conferencia de prensa del procurador general, por ejemplo, como explicación masiva. La segunda versión subraya los recursos técnicos de la escenificación:

La visión objetiva del lugar en donde tuvieron efecto los hechos de la tarde y noche del 2 de octubre anterior -dice la introducción a Tlatelolco-, es precisada, mediante dibujos, planos y fotografías de los distintos ángulos de la Plaza de las Tres Culturas.

El material que se utiliza es el más sencillo en cuanto a su expresión, para el mejor conocimiento del escenario.

Mediante elementos fotográficos se ve el lugar desde el centro mismo de la explanada; se fijan los ángulos de visibilidad de la plaza hacia los sitios elevados en donde se encontraban personas concurrentes al evento; casas habitación, de los edificios contigüos -principalmente el edificio Chihuahua-... etc.[15]

Los historiadores que encuentran estos papeles en los ‘desordenados’ archivos oficiales, no sólo dan con un relevamiento en el que intervienen decenas de personas; dan también con un largo borrador en el que se han acumulado expectativas e intereses. Puestas al servicio de un relato explicativo de las acciones de gobierno, en ocasiones por la vía de la destrucción simbólica de sus antagonistas, las estrategias oficiales se muestran en los archivos en sus procesos de trabajo.

Quienes encuentran estos papeles deben ver sin preocupación las contradicciones que provengan del roce entre los registros, y los textos que incluyan en su construcción el horizonte de la explicación pública. Como trabajos de representación, estos apuntes, fragmentos del trabajo cotidiano gubernamental que quedan en los archivos, se nos presentan como desafío teórico, ya no como referentes de los recursos autoritarios del pasado, sino de la eficiencia narrativa del Estado actual. En sí, los mecanismos de elaboración de estos materiales -y tantos otros-, muestra algunos de los dilemas del hombre contemporáneo, su apuesta por el perfeccionamiento en el manejo de la información, así como las dificultades de la interpretación de la documentación oficial.[16]



[1] Tan problemático es pensar a los servicios de inteligencia sin los emblemáticos James Bond o Maxwell Smart; como lo es imaginar que los documentos desclasificados son, porque estar en un archivo público (o porque fueron secretos algunos años) un registro fiel. En el fondo, trato de producir una abertura en una idea de Raúl Jardón, a sabiendas de que es uno de los que se ha planteado con mayor seriedad producir conocimiento y también desconfianza por la documentación de la dfs sobre el movimiento estudiantil. Sobre las diferencias entre los documentos de los agentes -circulación interna de la dirección- y los de los superiores -material para el secretario de gobernación y el presidente-, Jardón dice que “resalta que son relativamente pocos los cambios que hay entre uno y otro documento, cambios hechos sobre todo para sintetizar”. Jardón, El espionaje contra el movimiento estudiantil. Los documentos de la Dirección Federal de Seguridad y las agencias de inteligencia estadounidenses en 1968, 2003, p. 16.

[2] Archivo General de la Nación (agn), galería I. Direción Federal de Seguridad (dfs), Expediente 11-4-68, Legajo 44, Fojas 255-257, 2/10/68.

[3] (Los detalles de estos informes revelan las preocupaciones y el uso de notas que el archivo no conserva, pero también, los pequeños aportes del propio archivo, en lo que pudiera servir para la ejecución específica de alguna decisión. “Desde las 16 hs. aproximadamente del día de hoy comenzaron a llegar grupos de estudiantes de las escuelas preparatorias del DF, Vocacionales del Instituto Politécnico Nacional y maestros pertenecientes a la Coalición de enseñanza media y superior, así como varios grupos de estudiantes de la Escuela de Agricultura de Chapingo, Edo. De México para concentrarse en la Plaza de las 3 Culturas de la unidad Tlatelolco. (..) Fue muy notoria la presencia en este mitin de individuos con aspecto de ‘extranjeros’ que al parecer asesoraban a los grupos de jóvenes que ocuparon la tribuna para dirigirse aproximadamente a las 17 hs., a la muchedumbre reunida en este lugar. Asimismo fue notoria la presencia de muchos dirigentes del Partido Comunista de México y de la Central Campesina Independiente que dirigen Ramón Danzós Palomino y Rafael Jacobo García, quienes ordenaron que un grupo de campesinos asistieran a este acto, entre ellos los huicholes que periódicamente llegan a dormir en las oficinas de la CCI., en el Dr. Río de la Loza 6 departamento 32”. Agn, daayc-Dips Galería II, C. 1459, 2/10/68.

[4] El documento citado, por ejemplo, avanza sobre la necesidad de brindar material para acciones específicas, produciendo relaciones más allá del registro, indicando no quien estaba sino quién lo dirige: “También se notó la presencia de elementos de la Unión General de Obreros y Campesinos de México, encabezados por los líderes estudiantiles de la Juventud Estudiantil Sindicalista que dirige el señor Audaz Cuauhtémoc Martínez Uriarte y varios grupos de obreros que dijeron pertenecer a la sección Nro. 35 del Sindicato de Petroleros de la República Mexicana; también asistieron los Trabajadores del Partido Obrero Trotskista del Sindicato Mexicano, que dirigen Luciano Galicia, Esperanza Limón y otros líderes de este sindicato; asistieron también los grupos de la Unión Nacional de Mujeres, que dirige Consuelo Martínez Hernández, como dirigente ‘visible’ pero que es manejada por la señora Clementina Batalla viuda de Bassols y entre los grupos de mujeres que acompañaban a Consuelo Hernández, se encontraba Manuel Amaya Rentería, miembro del Comité Nacional de la CCI Frac. Comunista”. Esta mayor precisión está acorde al trabajo de oficina, sobrepasa las posibilidades del cuaderno perdido con su preocupación, que más allá de los presentes abunda sobre los ausentes (pero que dirigen). Decisiones, como sobre las que surgen de estos datos, pueden inferirse de la dirección de las oficinas a la que los huicholes, que estaban en el mitin, llegan a dormir, por ejemplo. Son cuestiones que no trasmite tampoco Gutiérrez Barrios. Idem (cursivas del autor).

[5] Agn dfs 11-4-68, l 44, f 253.

[6] El propio informe agregaba hacía una lista de detenidos, muertos y heridos, actualizada a las 6 de la mañana del día 3.

[7] Conviene aceptar que mi interpretación es tan temeraria como necesaria. En apoyo cabe citar que, según los registros de la dfs, Hernández Toledo usó un altoparlante al frente de su batallón en Villahermosa (Tabasco), en mayo de ese mismo año durante la rebelión estudiantil de esos días (dfs 100-25-1-68, l 4, f 46, 77 y 308). Lo que es más probable, es que esta versión haya sido consensuada de alguna otra manera, fuera del archivo.

[8] Diario Excélsior, 3/ 10/ 68. Como no queremos dudar de lo evidente, nos invade la oferta de contradicciones. En la misma página del diario, el cronista de Excélsior dice que luego de la corrida “unos trescientos tanques, unidades de asalto, yips y transportes militares tenían rodeada la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo rigurosa identificación. Los generales Crisóforo Masón Pineda y José Hernández Toledo dirigen la maniobra, seguidos del general Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía metropolitana...” Cfr. Ramírez, El movimiento estudiantil de México, 1998, p. 388. ¿Hernández Toledo? Lo más interesante es esa ubicuidad del periodismo, justo donde circula la información confidencial...

[9] Ramírez, ob. cit, p. 398.

[10] También puede verse una suerte de descoordinación, que por el momento prefiero dejar de lado, en virtud de fortalecer mi propio argumento, en tanto esta otra discusión ya ha sido planteada. Lo que esta muestra, en todo caso, es que el argumento del magnavoz no había salido del ejército, sino de las oficinas de la dfs, a pesar de que luego esta lo haría suyo. Es aquí donde aparece otra forma de fiebre de archivo, como dice Derrida, puesto que sólo le resta afirmar que Gutiérrez Barrios, que omitió las bengalas y salió fotografiado recibiendo un informe que no conocemos, no pudo inventarse un herido y una escenas, a menos que esta pudiera situarse de algún modo en su imaginación. ¿No es ese un argumento esencial para la teoría literaria? Aquí es donde los criterios disciplinarios nos invitan a pretender que lo político puede explicarse con las nociones que suelen administrar las ciencias políticas.

[11] Carlos mendoza cita versiones... “la del reportero del periódico El Universal (3 de octubre de 1968) Jorge Avilés Randolph; la correspondiente al informe militar del general Crisóforo Mazón Pineda, comandante de la Operación Galeana (montada por el Ejército para el 2 de octubre) y la que el propio Hernández Toledo ofreció al agente del Ministerio Público Federal, Abraham Araujo Arellano, el 3 de octubre a las 21:15 horas en el Hospital Central Militar”. Así como el parte que rinde la Policía Judicial Federal, “correspondiente al 2 de octubre de 1968, elaborado por los agentes 283, 413, 419 y 549, con el número 78, tomo XIII, foja 422. Sucede que los elementos de este cuerpo policiaco, testigos privilegiados y aparentemente ajenos a los pormenores del operativo militar dispuesto en la plaza, no dan cuenta de la supuesta agresión contra el general Hernández Toledo”. Mirada en contraste con los datos médicos, la versión del militar herido le lleva a decir a Mendoza que “de ser exacta está versión, el señor general Hernández Toledo estaría apercibiendo con su magnavoz a los manifestantes, pero de espaldas a ellos. De lo contrario no estaría exponiendo su hemitórax derecho a quienes lo cazaban desde el edificio 2 de Abril". Cuellar, “El cineasta Carlos Mendoza descalifica la historia oficial de lo que pasó en Tlatelolco”, 2003.

[12] Algunos documentos sugieren escenas para el teatro, incluso al interior del Estado, de que “cuatro elementos” oficien de testigos ante un agente del ministerio público, como se dice en México. Un buen ejemplo es el documento titulado “Sugerencia de consignación de Ramón Danzós Palomino” que se propone, como Proyecto 1, “que cuatro elementos declaren que Ramón Danzós Palomino, aquí en el D.F. antes de partir a Navajoa y Cd. Obregón., les dijo que había llegado el momento de aprovechar la situación que prevalece en el estado de Sonora, con el objeto de iniciar de una vez por todas una revolución armada; que para esto les dejó 4 armas de diversos calibres”. Y además, “también les dio instrucciones en el sentido de que lo desconocieran. Que en el cuarto de hotel se encontraron armas, propaganda sobre el caso Sonora”. La solución es simple: “se tipifican los delitos de acopio de armas prohibidas, invitación a la rebelión, que tienen penas que exceden de 5 años, por lo que el consignado, en su caso, no tendrá derecho a libertad provisional”. Agn dfs 100-24-18-67, l 6, f 382.

[13] Agn dips 1459 Exp. 15, 16 y 17.

[14] Su titulo es Apuntes de Tlatelolco, con indicaciones sobre las partes a desarrollar. Agn Galería 1, dips c. 2865. Este primero es, sin duda, una versión anterior de Tlatelolco, también llamado Cuaderno azul, dips c. 2688 A. Estos trabajos merecen un análisis profundo, porque tienen entre otras, las principales posiciones de la Secretaría de la Defensa Nacional, del juez Eduardo Sánchez McGregor y de los médicos que hicieron autopsias en los días subsiguientes. Lo importante, no obstante, es el encuadre.

[15] Tlatelolco, Idem, p. 3.

[16] El presente trabajo deja afuera muchos aspectos, especialmente, de lo que aquí se llama, voz oficial. La razón de numerosas omisiones podrían explicarse, con la absolución del lector, en el carácter fragmentario del trabajo, dado que son algunos apuntes en la construcción más amplia.

viernes, enero 04, 2008

A propósito de "Fracturas de la memoria", de Nelly Richard

Una lectura mexicana


La publicación de Fracturas de la memoria, libro de la chilena Nelly Richard que reúne algunos de sus trabajos durante casi una década,[1] señala que hay vuelta de página en el terreno de las reivindicaciones de la memoria colectiva de las experiencias de violencia de estado de las últimas décadas en la región. Una vuelta de página que no apunta hacia formas de olvido en pos de la celebración de consensos superadores (como sería deseable desde perspectivas conservadoras), sino que produce reflexiones críticas hacia los trabajos de la memoria de estos años. Se trata de una discusión sobre la manera y los alcances temáticos más comunes conque las sociedades latinoamericanas han reconstruido su pasado; así, repeticiones y olvidos parecen detenerse un momento en su batalla por inscribirse, y dejarse someter para un análisis de alcances éticos, estéticos y políticos.[2]
El trabajo de Richard sobre las batallas de sentido libradas durante y después de la dictadura de Pinochet en Chile, es útil para pensar en los actores sociales en los que la memoria de los años traumáticos se encuentra fragmentada, así como en las múltiples formas en que ésta adquiere discurso y a su vez se presta como material para producir más y mejores operaciones sobre el pasado. El texto cumple además con producir (aunque este no parece uno de sus objetivos) una valoración de las características que esta batalla de sentido aún tiene, para una sociedad particular, dentro de las sociedades latinoamericanas tras los años de los crímenes de Estado, después de las supuestas transiciones democráticas en tiempos de instauración neoliberal.
Desde nuestra perspectiva, este trabajo señala además, la ausencia de descripciones sobre los usos y discursos de la memoria en las últimas décadas (una señal para quienes se sientan aludidos por el escaso desarrollo teórico y crítico sobre otras experiencias violentas). Con sus usos de la Escena de Avanzada en Chile,[3] Richard rápidamente muestra una de las posibilidades de discutir las versiones dominantes del pasado. Así, más que anteponer una versión a las dominantes del pasado, Richard busca desplazar la atención hacia formas más complejas del discurso colectivo que las que aparecen reflejadas en el duopolio performativo de los medios y el poder.[4]
Aunque las producciones artísticas durante la dictadura -incluyendo las acciones feministas-[5] parecen tan específicas como las características históricas de la transición política chilena (con el curioso consenso de la normalización democrática con su itinerante senador vitalicio)[6], no cuesta establecer algunos puntos de contacto desde otras experiencias latinoamericanas. Richard ofrece un conjunto de conceptos para pensar operaciones en la memoria, así como el registro mismo de algunas contorsiones discursivas, así el propio cruce entre los esfuerzos retentivos[7] y los que buscan destejer el propio discurso de la memoria (con tecnologías del olvido incluidas[8]). El caso mexicano tiene bastantes elementos para pensar en la construcción del pasado que Richard ve en la versión ritualizada, indolente y con poca densidad,[9] conque el trauma colectivo se presenta como acontecimiento resuelto y en virtud de la necesidad de dar vuelta la página.[10]
No le ha sido fácil a los historiadores mexicanos comprender las operaciones de la retórica revolucionaria mientras se abandonaban en la práctica los ideales sociales. El descalabro de sentido, con sus repeticiones y borramientos (que Richard ve en el Chile de la transición), invitan a atender a las transformaciones en el lenguaje que una operación como ésta se produjo en la vida política mexicana a partir del gobierno de Miguel Alemán.[11] Esto a su vez, serviría para presentar el confuso panorama conceptual que en el presente (que no es la actualidad, dice Richard) domina el escenario. Y desde allí, no está de mal perder de vista, que buena parte de la retórica pública mexicana huele, como dice Richard, a presente trucado.[12] A mi juicio, esta operación en el lenguaje y la memoria, iniciada a mitad del siglo pasado, tiene un punto de inflexión en 1968. Ese carácter de punto de inflexión, de momento bisagra, supone un interés adicional a mi esfuerzo por describir las características de una versión oficial.[13] El análisis de la novela “El Móndrigo”, escrita en 1969 por la Dirección Federal de Seguridad, es un ejemplo extremo de las posibilidades oficiales, que se antoja invertida a los esfuerzos teatrales y literarios de la Escena de Avanzada chilena.

En la escena local deben operarse otros desplazamientos (no necesariamente del tipo que Richard intenta con el análisis artístico) ante los dos relatos que pugnan por dominar la visión del pasado violento. Hay dos hechos que pueden pensarse a partir de la reflexión del caso de Chile, para analizar desde dónde producir desviaciones en la lectura y reconstrucción de la historia de México. En primer lugar, la creación de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (femospp) y su funcionamiento durante la segunda mitad del gobierno de Vicente Fox permitió instalar con fuerza y por algunos meses un debate sobre cómo resolver las deudas criminales del Estado. Algunas derivaciones de este proceso, como la detención domiciliaria de Luis Echeverría (aún cuando no posee las dimensiones del accidente Pinochet),[14] presentó una primera ruptura del silencio oficial sobre las responsabilidades del estado en las masacres de los años sesenta y setenta. El segundo hecho es hipotético: el recuerdo de los cuarenta años de la masacre de Tlatelolco, que se celebrará en 2008. Es posible que los alcances del primer acontecimiento institucional, pese a su fracaso estrepitoso en materia jurídica, pueda contribuir a potenciar y a mejorar la lectura de la masacre. Sólo que está por verse cómo.
Richard produce otra invitación (y como estamos pensando en líneas de reflexión o investigación) y vamos a ella.. Richard presenta cuatro versiones en los dos momentos discursivos de que estaría compuesto el caso de Chile: por un lado, del discurso antidictatorial durante el gobierno militar y de su recuperación parcial y posterior en manos del gobierno de la Concertación; enfrente (o junto) a estos, el de las instituciones del golpe pinochetista y el de la máquina semántica del capitalismo neoliberal que acompaña aún a la Concertación. En estas cuatro formas se presenta una escisión que habría permitido la reencarnación de algunas vertientes de una versión en otra. Es decir, el camino de una región del discurso antidictatorial, a la deslavada del consenso de la Concertación, y la del gobierno militar que saltó en defensa de la burguesía, a la que hoy sostienen los medios del empresariado neoliberal.[15] Esta escisión que retuerce los discursos previos para articular un nuevo pacto, tiene un epicentro: el cambio de gobierno en 1990.
En el periodismo mexicano ya hay huellas de desconfianza en las contorsiones del discurso dadas a partir de otra fecha (para seguir lo que Paz ve primero en la década de los cuarenta, y tras la masacre de 1968)[16]: se trata del traspaso del poder presidencial en el año 2000, que vendría a cerrar siete décadas del régimen de partido único. Presentado así por el discurso oficial postpriísta (como que formaba parte del discurso antipriísta), el año 2000 cobró aires de transición democrática. Los historiadores del sistema político nacional que nunca vieron esas siete décadas a partir de las simplificaciones contraoficiales y luego oficiales, ahora pueden reseñar a éste junto a otros momentos de torsión del discurso oficial para establecer torsiones de impacto presupuestal, por ejemplo. Yo he creído que sólo una explicación menos condescendiente con las ideas que rodean a la noción de democracia (presentada primero como ampliación, y luego reinventada en los hechos como alternancia de consenso del poder… hacia la derecha) podrá, cuando se produzca una transición más convincente, enfrentar las simplificaciones de las actuales versión contraoficiales.

Ensayaré algún porqué. Richard pide escuchar mejor las formas de enunciación de los sujetos (ya no como revelación testimonial) porque en su experiencia y en su interpretación del pasado se encuentran las armas para cuestionar un consenso (como los pactos nacionales en general) hecho de olvidos imperdonables.[17] Quiero pensar en consecuencia, a la versión oficial de la masacre de 1968, no para entender mejor la masacre, sino para cuestionar con mejores armas el consenso democrático que la izquierda de partido pactó con este estado a partir de una visión menos inocente de éste. Especialmente, porque si la izquierda partidaria llega al poder por el camino diseñado de consenso electoral, veremos, como ya ha visto claramente Richard para el caso chileno, un nuevo momento de torsión ideológica de proporciones. Una visión más clara de lo que implica una operación en la memoria presentará (con todas las sospechas confirmadas), que también la versión contra oficial tendrá un talón de Aquiles en su carácter de antítesis, algo que puede restarle no sólo densidad ética, sino que encarna en sí, un regreso museográfico al pasado problemático. Se trata de mostrar cómo esto vuelve a una parte del territorio dominado por las posiciones “radicales”, funcionales a la lógica del consenso de la apertura democrática. Y en este punto, para señalar los espacios de los olvidos que entran en la lógica del consenso, que al restarle densidad al dolor (como dice Richard) también coloca en un segundo plano sus repercusiones éticas y reduce el tamaño de las deudas con el pasado a un primer círculo de víctimas: los que sufrieron la violencia personalmente, mientras se eclipsa la torsión de fondo y los impactos en los sectores sobre los que se inscribían los cambios capitalistas (cuyo segundo círculo lo constituyen los pobres).
Las acciones tomadas por los gobiernos priístas para encubrir su desempeño violento, que pueden hoy verse en el caso de 1968 con cierta claridad argumentativa, presentan además una visión sobre el tipo de transformación que debe operarse en el sistema político del país, más allá de lo que puede circunscribirse desde la noción de democracia como alternancia. El giro dado por la clase política agrupada junto al presidente después de Tlatelolco, podría segmentarse en cuatro movimientos importantes: renovación del viejo discurso revolucionario acercándolo a las guerras de liberación nacional[18] y a la vez un perfeccionamiento del sistema de seguridad interno para aniquilar a la disidencia (un nuevo esquema de acciones militares y civiles clandestinas), la creación de una máquina semántica (productora de documentales “periodísticos”, novelas anónimas y revelaciones históricas) y la lenta aceptación en la lucha por el poder de la izquierda partidaria en la medida en que esta fuera capaz de aceptar y comprender las dimensiones y límites del ascenso por una vía única, de consenso.[19]
Esta combinación es amplia para ser presentada en un párrafo. Pero su centro calmo de huracán (ahora que andamos familiarizados de la jerga meteorológica entre tanto natural desastre) es la masacre de Tlatelolco. La masacre tiene elementos comunes a otras y sólo la hace especial la batalla de sentido que despierta, una batalla incluso capaz de opacar la denuncia de crímenes, que por sistemáticos, deben considerarse peores. Y es el empeño oficial y su penetración en la memoria colectiva a través de diversas formas de enunciación (muchas de ellas artísticas) lo que presenta aspectos más complejos de nuestra visión de la política mexicana de aquellos años. Se trata de desviar el relato del polo victimario de que enfrentó a un sistema brutal, en tanto esto se entienda con el recurrente retrato simiesco y con garrote del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Debemos tratar de entender justamente lo contrario, que para aquellos años, el sistema presidencial tenía formas muy refinadas de control político, que incluso le permitieron una continuidad apenas salpicada por un discurso opositor minado por el esfuerzo de consensos. La desviación deber llegar a pensar que el sistema presidencial heredó prácticas en el 2000, sobre las que se asienta la continuidad de un autoritarismo en campaña electoral permanente,[20] cuya legitimidad parece solo sostenida por una solemnidad de poca estofa en la que se mueven instituciones, funcionarios y representantes.
Entonces, el retrato de la versión oficial de la masacre importa sólo en cuanto descripción de procedimientos, en cuanto acumulación ordenada de mecanismos que configuran formas de perversidad colectivas. De la mano de que se trate de un momento de jaque al autoritarismo, que hace que una forma de simbolización del poder se agote y se reinvente en lo que ha dado en llamarse, también, el gobierno nacionalista o populista de Echeverría. Aquí distingo que aunque éste no haya encontrado un lugar honroso para muchos, por el gobierno de éste pasó uno de los momentos críticos del sistema priísta, y se sostuvo en el poder.
El análisis de la versión oficial en esta encrucijada debe producir una mirada menos esquemática que aquellas que tienden a hacer foco (quizás porque desde la víctima se trata de una demanda de justicia) en la acción violenta del disparo o la tortura. Así, pensar en las características de la retórica oficial sobre este acontecimiento debiera desplazar la atención de los actos de presencia como triunfos,[21] clave de lectura de las voces que demandan, hacia una comprensión de las rupturas morales sobre las que busca asentarse un pacto social.
[1] Nelly Richard, Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
[2] En esta discusión debemos colocar también el libro de Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI Editores, 2006, México.
[3] Richard, pp. 13 a 28.
[4] Pero además, Richard insiste en varios momentos sobre las funciones de la crítica y sobre las características de este desplazamiento necesario y ético hacia los fragmentos y las periferias de la memoria de este episodio traumático. Ver “Pérdida del saber y el saber de la pérdida, p. 170 y ss.
[5] El caso del texto y la irrupción de Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld que se analizan en “El fragmento errático de una actuación en los bordes”, p. 185 y ss.
[6] Tema tocado en “La cita de la violencia: rutina oficial y convulsiones de sentido”, p. 133 y ss.
[7] Desde la retórica de las víctimas: “Guerra de las imágenes”, p. 165.
[8] Idem, p. 133-151
[9] Idem, ver pp. 136-137, 158, 173 y 180.
[10] Aunque son múltiples son las referencias de Richard a las operaciones desde la coalición gobernante también hay referencias a otras, como las del diario El Mercurio: “La historia contada: el archivo fotográfico del año 1973 del diario El mercurio”. Idem, p. 204 y ss.
[11] Ahora me llama la atención que en 1969, Octavio Paz pensara que tras el fin de la revolución mexicana (que él sitúa entre las décadas de 1940 y 1950, es decir, entre los gobiernos de Manuel Avila Camacho y Miguel Alemán) se impusieran algunas transformaciones en el lenguaje oficial. Por su retórica, de un “uso inmoderado de una jerga radical”, para Paz, el pri debía compararse a los partidos del Este de Europa, con la salvedad de que en México, éste promueve una implantación capitalista. Pero Paz ve en la retórica oficial (y en la de los medios) de aquellos años, algo que para seguir a Richard debiéramos denominar torsión: “Sentados sobre México, los nuevos señores y sus cortesanos y parásitos se relamen ante gigantescos platos de basura florida. Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje. La crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados”. Ante esta torsión de sentidos, Paz imagina un restablecimiento (subrayado mío). El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta al laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pp. 257 y 274, respectivamente.
[12] “El presente del consenso tuvo que defender su novedad político-democrática -su discurso del cambio- silenciando lo no nuevo (lo heredado) de las formas económico-militares de continuación del pasado dictarorial y ocultando esta perversión de los tiempos con el disfraz del autoaformarse de manera incesante como actualidad gracias a la pose exhibicionista de un presente trucado”. Idem, p. 143.
[13] Allí se tensan aquella “Echeverría o el fascismo” con el “arriba y adelante”, enunciadas por Carlos Fuentes y Luis Echeverría respectivamente. Allí se produce un nuevo pliegue de la retórica del partido, se da un salto en la narrativa oficial, que tras la masacre se volverá mucho más eficiente y polifacética.
[14] En “Las mujeres en la calle (con motivo de la captura de Pinochet en Londres en 1988)”, Richard considera que la detención del dictador logró alterar la programación mecanizada de lecturas del pasado que sostenía la Concertación. Ver, p. 153 y ss.
[15] Esto se desarrolla a lo largo del libro pero está enunciado como problema principal en “Destrucción, reconstrucción y deconstrucción”, p. 29 y ss. Richard ordenaría estas cuatro formas de la enunciación de la memoria, en las versiones oficiales y las contraoficiales. He aquí la primera contorsión simbólica, a partir de la que Richard fundamenta su necesidad de atender a los discursos marginales y fragmentarios. Sólo estos mantendrían algo de la complejidad de la experiencia, sólo aquí se encontrarías las asperezas del dolor. Y estas asperezas son, especialmente, lo que ha quedado fuera del pacto social posdictadura. El movimiento es digno de análisis: el quiebre produce que una versión contraoficial se deslave para reinventarse junto con la antigua versión oficial en una de consenso, enunciada en los hechos en la Concertación gobernante desde la caída del régimen militar. Las partes del polo victimario –como lo llama Richard- que quedan afuera son expulsadas hacia una nueva forma de margen. Las partes que quedan afuera del núcleo duro del discurso irreconciliable de la dictadura también se marginan, los actores en cambio, y ante la contorsión de la oposición pinochetista, encuentra formas de reciclamiento (Richard ejemplifica con el caso de las imágenes de 1973 y el prólogo de Jorge Edwards: “si miramos éstas fotos –escribe Edwards- desde la distancia de la historia, a sabiendas que pertenecen a una época de ruidos y furores que no significan mucho, tenemos la posibilidad de doblar la página”, p. 209).
[16] Paz lo enuncia como posibilidad, pero me interesa la descripción: “Se habría roto así la cárcel de palabras y conceptos en que el gobierno se ha encerrado, todas esas fórmulas en las que nadie cree y que condensan en esa grotesca expresión con que la familia oficial designa al partido único: el Instituto Revolucionario”. Ante las demandas estudiantiles, en consecuencia: “el gobierno prefirió apelar, alternativamente, a la fuerza física y a la retórica revolucionario-institucional”. Posdata, p. 250 y 151, respectivamente.
[17] José Elías Palti, La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional”, Argentina, FCE, 2003, p. 62 y ss.
[18] Renovación discursiva acompañada de un pacto curioso con Fidel Castro en Cuba y con la ruptura de relaciones, en 1973, con el Chile pinochetista.
[19] Este comprender unido a aceptar, tiene a su vez, varias dimensiones. Ingresar en este terreno debería llevarnos a discutir mecanismos de control políticos y prácticas públicas deshonestas (cuyas marcas en el lenguaje son ya inocultables: se trata de un diccionario de neologismos políticos mexicanos en ciernes que debería contener y explicar acepciones de palabras y expresiones como acarreo, aviador, compra de conciencias, concertacesión, cooptación, cortina de humo, filtración, ingeniero electoral, pliego negro, tongo, etc.), y que tienen un nivel superior, que sería la propia contorsión del discurso oficial, que mantiene una retórica asistencial mientras desarma el sistema asistencial, de llamado al diálogo mientras se criminaliza la protesta social, como también se dice.
[20] Definición encontrada en un panfleto sindical.
[21] Que posee una vertiente subjetiva de contornos generacionales, y que ahora sólo señalo como una reverberancia de las discusiones mi reporte anterior.

Una lectura temporal de los documentos sobre la masacre de Tlatelolco

Diversos son los tiempos que se condensan en la masacre de Tlatelolco. Una mirada desde los sujetos históricos que la hicieron posible, lleva a pensar en el pasado propio de la tarde de octubre. Aquellos que fueron emboscados, estudiantes y pueblo en general, se han esforzado en construir un tiempo para volver a la tragedia un relato histórico. En este esfuerzo se encuentra un debate importante, pero que ahora vadearé tras enunciarlo. Se trata de la inserción de la tarde del 2 de octubre en el desarrollo del movimiento estudiantil, en tanto que para muchos éste empieza unos meses atrás, fruto de una reyerta.[1] Otros han llamado a pensar al movimiento estudiantil de aquellos años fuera de 1968, y para ello enuncian con insistencia otros episodios violentos que tuvieron como actores a estudiantes y maestros en diferentes puntos del país. Así se traen a la mesa del 2 de octubre otras manifestaciones estudiantiles importantes en 1942, 1950, 1956, 1962, 1963, 1966, 1967, y acciones represivas (no todas efecto de una huelga) en los estados de Puebla, Michoacán, Tamaulipas, Sonora, Chihuahua, Guerrero, Tabasco.
Me interesa la segunda lectura (a pesar de sus recurrentes ilusiones acerca del sujeto social que habría protagonizado estos episodios) porque permite ver a los que fueron encargados de controlar los desbordes estudiantiles. No quisiera dar la idea de que una ampliación temporal pudiera ser por sí misma benéfica, ni que su reducción fuera por ello, nociva. La ampliación de la mirada de los conflictos estudiantiles, tiene en primer lugar que darle un poco de cuerpo a la tesis de la reyerta explosiva que circunscribe el conflicto a los días de julio a octubre de 1968. Permitir mayores explicaciones que la que conduce a mostrar a una sociedad de reacciones tempestuosas ante la represión oficial. Y explicar el sentido de las demandas estudiantiles expresadas en un pliego petitorio.
Mi interés tiene que ver con el reverso de los sujetos esbozados, su formación antagónica. Entonces, el interés por la segunda lectura no tiene que ver con los elementos comunes (tipos de demandas, el uso de la huelga) entre los grupos estudiantiles y magisteriales que entraron en conflicto con diferentes estratos de gobierno. Una lectura ya ensayada, por cierto. Voy en dirección lateral: estos enfrentamientos políticos previos sirven para entender las experiencias oficiales que se acumulaban en el control de los grupos opositores juveniles. Esto no quiere decir que desde esta perspectiva, se alimente y se le dé continuidad absoluta a esta segunda lectura. Pero sólo ella presenta una idea de por qué aquellos jóvenes disidentes aprendieron a sortear los mecanismos de control con que se les enfrentaba el estado, así como la tesis de que la construcción misma del Consejo General de Huelga era una manifestación de este aprendizaje. Pero mirar a los mecanismos desarrollados en el estado, tiene su fundamento hoy puesto que fueron estos los mecanismos que tuvieron éxito, y en definitiva, y los que más contribuyeron con su marca en el estado contemporáneo.
Este ensanchar la puerta para asomarnos al pasado mexicano, no obstante, tiene poco que ver con los propósitos de mi investigación.

Las versiones oficiales
El tiempo de mi investigación no responde al desarrollo del movimiento estudiantil ni a los acontecimientos represivos que lo fueron delimitando. Pese que el encuentro de estos es la masacre de octubre, y parece insensato no reconocer estas confluencias. Las versiones oficiales de la masacre han sido escritas, preparadas y/o difundidas en los años siguientes. Es este ritmo el que atiendo, el de las actualizaciones oficiales de lo que habría sucedido aquella tarde. Así, los tiempos que confluyen (en la experiencia de los actores) en los actores del drama son repensados desde las versiones oficiales. Estas proponen sus cortes temporales e intervienen en una organización del pasado y la experiencia estudiantiles: lo que es parte de los objetivos de algunas versiones oficiales. Pero es en el ritmo de su escritura, en el momento en que una versión vuelve a construirse para explicar la tarde del 2 del octubre, donde se encuentra la columna temporal de análisis.
Pensar las versiones oficiales, en plural, supone en este caso una organización temporal más allá del día al que hacen referencia las fuentes oficiales. Al reflexionar en detalle sobre la retórica oficial, lo hago menos preocupado en la variedad de géneros que la componen como en el momento en que estas versiones fueron construidas. Específicamente, porque una clasificación cronológica permite ver la adecuación del discurso sobre la masacre, según las necesidades del momento de construcción. Esta explicación cronológica se justifica a partir de una lectura de los horizontes y expectativas de intervención de las mismas versiones.
El orden en que fueron concebidas, produce una lectura que no es posible cuando las versiones se acumulan en la cronología del propio 2 de octubre (6:15, caen las bengalas y avanza el ejército; 6:45, comienza a cesar la balacera generalizada; 23:00, nutrido tiroteo proveniente de los edificios Aguascalientes, Revolución 1910, Molino del rey, etc.). O más bien, al acumularse en la lógica de la cronología del día, producen una versión llena de contradicciones y equívocos. Leídas en el orden en que fueron escritas, en cambio, las versiones oficiales adquieren un sentido. Así podemos ver aislas las variaciones entre una y otra, y ver en qué medida son el resultado de las intenciones de sus autores (también hay que comprender las variantes hacia adentro del gobierno). Una presentación cronológica, si se describen e identifican algunos géneros oficiales, permite identificar de qué manera la versión oficial agrega o sustituye una parte de la versión general que ya no funciona. Estos agregados y sustituciones, si se acumulan en la cronología de la sucesión de horas del 2 de octubre.
Ejemplifiquemos con un tema central para la versión oficial: el inicio del fuego.

En el inicio, el fuego
Una de las preocupaciones de la versión oficial fue presentar la acción represiva como una balacera iniciada desde los edificios en que estaban los estudiantes. Las dos fuerzas ocupadas que se disputaban el control estudiantil, el ejército y la Dirección Federal de Seguridad, ensayan versiones sobre el origen del enfrentamiento. Veamos estos esfuerzos en detalle, para ver el proceso mismo de escritura y usemos los principios de construcción temporal mencionados.
Dos versiones surgieron la noche del 2 de octubre para explicar públicamente el tiroteo. La primera, de labios de quien dirigió la operación, el general Marcelino García Barragán. La segunda, mediante la intervención del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la dfs.

a) El ejército actuó por solicitud de la policía, dijo esa noche García Barragán. En conferencia de prensa reportada por el periódico El día, se asienta la declaración del secretario de Defensa: “el ejército intervino en Tlatelolco a petición de la policía y para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes”.[2] Según esta primera posición pública del jefe militar, el ejército había entrado a la plaza luego de iniciado el tiroteo. Él mismo encabezaba las fuerzas y su puesto de mando habría llegado el pedido policial. Como se entenderá, esta versión era poco creíble, puesto que las crónicas periodísticas identificaban el inicio de la balacera con la entrada del ejército y el destello de bengalas militares.

b) La noticia de la herida del general se superpuso de manera inusual con la versión del jefe de Defensa. En el diario El excélsior del 3 de octubre, fuera del cuerpo central de la nota que narraba la masacre, se presenta un hecho poco común: un informe militar es entregado al director de los servicios de inteligencia. La nota periodística daba cuenta que:

El jefe de la DFS recibe el informe de un oficial militar: (…) el Gral. José Hernández Toledo fue herido de dos balazos cuando marchaba al frente de la tropa.[3]

(La nota central sobre la masacre de El excélsior, en cambio, no reflejaba la presencia del militar herido, sino que se encontraba entre quienes dirigían el operativo y las detenciones. También indica el ingreso del ejército, en el mismo momento en que se inician los disparos, rebatiendo la versión del jefe de Defensa:

De pronto, tres luces de bengala aparecieron en el cielo. Caían lentamente. Los manifestantes dirigieron, casi automáticamente, sus miradas hacia arriba. Y cuando comenzaron a preguntar de qué se trataría, se escuchó el avance de los soldados. El paso veloz de éstos, fue delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas.Luego se inició la balacera…[4]
(…) Unos trescientos tanques, unidades de asalto, yips y transportes militares tenían rodeada la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo rigurosa identificación. Los generales Crisóforo Masón Pineda y José Hernández Toledo dirigen la maniobra, seguidos del general Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía metropolitana[5]).

c) Cómo fue herido, debe preguntarse quien advierte la contradicción en la propia página de El excélsior del 3 de octubre. En la versión del periódico está la clave. ¿Qué informe habría recibido Gutiérrez Barrios esa noche? Sabemos que Gutiérrez Barrios reportó los incidentes del día. El director de dfs escribe que el general ha sido herido al intentar dirigirse a los manifestantes a través de un megáfono:

Como a las 18.15 horas irrumpió en este lugar el ejército. El general José Hernández Toledo, comandante del batallón de fusileros paracaidistas, a través de un magnavoz, exhortó a los manifestantes a que se dispersaran, siendo recibido por una descarga desde varios edificios, tocándolo una bala que lo hirió en le pecho, suscitándose a partir de ese momento una balacera entre estudiantes contra el ejército y la policía y granaderos resultando varios heridos, así como muertos.[6]

d) Al día siguiente, otra dependencia policial, se hizo eco de la versión de la dfs. La Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (dgips) le reportaba el episodio al secretario de Gobernación:

A las 18 horas iba a hacer uso de la palabra un miembro del Consejo General de Huelga, cuando se inició a las 18.10, una balacera en el edificio Chihuahua, precisamente en el tercer piso donde se encontraban los líderes del Consejo de Huelga.Cómo en esos momentos hacía su aparición el Ejército en la Plaza de las 3 Culturas, para impedir la realización de la Manifestación al Casco de Santo Tomás, hubo una confusión provocada por los disparos de arma de fuego que partían del edificio Chihuahua uno de los cuales hirió al Gral. Hernández Toledo, Comandante del Batallón de Paracaidistas, quien en unión de 4 oficiales iba a enfrentarse con los organizadores del MITIN para indicarles la prohibición de la manifestación. Al ver caer al comandante de la corporación y algunos oficiales, los Soldados y Oficiales que lo acompañaban empezaron a atacar a quienes consideraban sus enemigos…
(…) Después de hacer una serie de investigaciones en el lugar de los hechos y de hablar con agentes de la Policía Federal que fueron comisionados para aprehender a los miembros del Consejo de Huelga, se logró aclarar el origen de los hechos: un grupo de agentes de la Policía Judicial Federal y de la Dirección Federal de Seguridad, recibió órdenes de aprehender a los líderes del Consejo Nacional de Huelga y aprovecharon el mitin de ayer para identificarlos y detenerlos en el 3er piso del edificio Chihuahua en donde estaban presidiendo el acto. Cubrieron los elevadores con agentes federales para impedir la fuga de las personas citadas y a las 19.10 iban a detenerlos en ese lugar, para lo cual y encontrando resistencia, tuvieron que disparar sus armas al aire para amedrentarlos. Coincidieron estos balazos con la llegada de las tropas a la Plaza de las 3 Culturas y con la herida del comandante de las mismas, Gral. Hernández Toledo…[7]

La nueva versión de la dgips coincide con la versión de dfs en que se elimina el relato de las bengalas. Sin embargo, esta versión no menciona el megáfono, sino que explica que Hernández Toledo fue herido cuando iba a enfrentarse con los organizadores del mitin para indicarles la prohibición de la manifestación. Ese iba a enfrentarse para indicarles no puede sino interpretarse de la siguiente manera: si estaba en sus planes hablar con una multitud bajo la luz de una bengala, no alcanzó a hacerlo. El informe tiene un dato más de interés, en tres ocasiones explica la balacera como una confusión, pero analizar este punto ahora nos desviaría del problema de Toledo.
Por otro lado, en el libro Parte de guerra, de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, se publicaron algunas páginas facsimilares de los documentos del ejército del año 1968. Hay uno que se refiere al general herido, y está fechado el 3 de octubre. Se trata de un informe escueto del Batallón de Fusileros Paracaidistas en el que se le informa de este acontecimiento al secretario de la Defensa:

Ayer, siendo las 1815 hrs. fue herido por arma de fuego el C. gral. Brig. José Hernández Toledo (…), en el momento en que los exhortaba a desalojarlo en orden y sin oponer resistencia...[8]

e) En 1969 el gobierno hizo escribir una novela. ¡El móndrigo! Bitácora del Consejo Nacional de Huelga, también incluía su versión del inicio de la balacera. Presentada como un texto anónimo, escrito por un miembro del Consejo Nacional de Huelga, el inicio de la balacera corresponde a una conjura comunista estudiantil. El texto tiene estructura de diario y así se prepara el joven narrador para asistir a Tlatelolco y darle final a la propia novela:

Octubre 1. (…) (Sócrates) nos informó que cuenta con la anuencia de amigos que son inquilinos en los edificios Chihuahua, Sinaloa, Issste, Molino del rey, Querétaro y Dos de Abril, con ventanas a la Plaza de las Tres Culturas para que nos apostemos y desde allí recibamos a tiros a los soldados… y a los que se atraviesen.
(…) Mi jefe directo es Raúl Álvarez Garín de Físico Matemáticas, quien se situará atrás de la iglesia de Tlatelolco para dar la señal de fuego con la luz de la Bengala.[9]
Octubre 2. (…) 6:03 Aparecen los soldados. Espero la señal de Raúl.
Ahora sí. Son las 6:15.[10]

f) Varias versiones comienzan a superponerse en el esfuerzo oficial por hacer de la masacre un enfrentamiento. Veamos, dos casos que son al fin, el mismo, siempre desde la perspectiva del hombre herido. En los archivos de la dgips se encontró un texto en construcción: Apuntes sobre Tlatelolco. El texto tiene un índice, que señala las intenciones del texto (de exculpar al gobierno), pero en su interior, el contenido no guarda una correspondencia absoluta. El texto, ha juzgar por su encuadernación, estaba siendo elaborado por Julio Sánchez Vargas, entonces procurador de la República. Sin embargo, incluye un texto escrito desde la perspectiva del jefe de Defensa:

f. El fuego obligó a las tropas a cubrirse, exhortando a gritos a la gente civil para que despejara la plaza (…). Parte del personal repelió la acción haciendo fuego (…). La intensidad del fuego obligó al suscrito y mi estado Mayor a permanecer al abrigo del puente, ya que en esos momentos no era posible cambiar de ubicación; así mismo, en esos momentos el general brigadier José Hernández Toledo comandante del 2do agrupamiento, quien se desplazaba cerca de mí, exhortando con un magnavoz a las personas civiles para que desalojaran la Plaza, fue herido de gravedad quedando…[11]

Que son líneas del secretario de Defensa lo corrobora el texto “Hechos sobresalientes del problema estudiantil y la actuación del Ejército para mantener el orden”, publicados en el libro de Scherer y Monsiváis. “Hechos…” se tiene una correspondencia absoluta con el acápite “Intervención del ejército” encontrado entre los textos de la dgips, es idéntica:

f. (…), en esos momentos el general brigadier José Hernández Toledo comandante del 2do agrupamiento, quien se desplazaba cerca de mí, exhortando con un magnavoz a las personas civiles para que desalojaran la Plaza, fue herido de gravedad quedando…[12]

Valen muchas preguntas sobre las contradicciones que, ordenadas temporalmente, estas versiones presentan sobre la escritura oficial. ¿Se le notificó al secretario de Defensa la herida de Hernández Toledo al día siguiente? No es posible, sobre todo porque: ¿acaso no se había notificado la noche anterior al titular de la dfs, como había reportado El excélsior? ¿Es posible que se emitiera un documento del ejército antes para Gutiérrez Barrios que para García Barragán?
Pero los documentos presentan otras dudas por la negación de las bengalas y por la contradicción sobre si Hernández Toledo emplazó a la población antes de que se iniciara la balacera (como escribe Gutiérrez Barrios), o fue herido antes de que alcanzara a utilizar su megáfono (como dice el resumen de la dgips), o si usaba su magnavoz bajo la lluvia de proyectiles (como escribe el suscrito García Barragán, que se dice testigo directo), o si existen razones para creer que participó en el operativo (como dice el periodista de El excélsior)… hasta que le dijeron: señor general queda usted herido de bala por disposición de la superioridad.[13]

La versión oficial que dejé afuera
La organización de las versiones sobre este minúsculo momento (origen de la balacera y la supuesta herida del general, etc.) ha sido cronológica hasta aquí, aunque en algunos casos, como las versiones de Barragán en sus dos ubicaciones, no pueda establecer una fecha de elaboración. He dejado afuera los relatos de los agentes de la dfs y la dgips, que escribieron sus reportes la tarde de Tlatelolco, que fueron fuentes para la versión de Gutiérrez Barrios y para la del resumen del 3 de octubre de la dgips. Estas versiones son anteriores a las agrupadas, y construidas como insumo y por ello poseen un atractivo especial:[14] son escritos para los jefes de los servicios, pero no para una autoridad superior. Así, sus horizontes parecen reducidos al reporte de lo visto y oído, y por ello son exhaustivos y lleno de referencias de personas. Reflejan la escritura de libreta (frases en discursos, escritos de pancartas, etc.). Cuando se refiere al momento de nuestro interés, el informante de dfs no menciona ningún megáfono, ni reporta la herida del militar:

A las 18:15 hrs. se anuncia a grandes voces la llegada del Ejército, provocado esto por una luz de bengala lanzada desde la zona de Relaciones Exteriores, seguida de una ráfaga de arma de fuego de la misma dirección.(…) El ejército ingresa a la plaza desplazándose desde las posiciones que ocupaban, en una acción de cerco, después de que fue lanzada una luz de bengala.[15]

El agente de la dfs ha estado en Tlatelolco e identifica las bengalas que anuncian el movimiento militar: una ráfaga de ametralladora y los disparos desde el edificio Chihuahua. El otro reporte titulado, “Información: daayc”, fechado el 2 de octubre, también es un reporte de las últimas horas del día:

El tercer orador (…) lanzaba duros cargos al señor Presidente de la República a los periodistas, y dijo entre otras cosas “el gobierno del estúpido Díaz Ordaz y del idiota” estaba dirigiendo fuertes expresiones a los estudiantes de México y al pueblo mismo de México, en estos momentos fue lanzado un cuete de luces verdes y rojas, que iluminó el cielo sobre la iglesia de Tlatelolco y a esta señal avanzó el ejército rodeando la zona del mitin y al quedar ya dentro frente al edificio del ISSSTE, a donde en el 2do. Piso en el balcón del ambulatorio, se encontraba presidiendo al mitin, los elementos del Consejo Nacional de Huelga, así como maestros y periodistas y fotógrafos nacionales y extranjeros de una de las ventanas de dicho edificio y de otros edificios circunvecinos se disparó con armas de calibre 22 al parecer por lo que de inmediato los elementos del ejército se pusieron a la defensiva y tomaron posiciones de combate y se entabló un duelo a tiros entre los dos bandos (…) eran menos de las 18 horas, 20 minutos.[16]

En ninguna de estas versiones aparece el herido y el magnavoz. Esto es coincidente con el relato de centenares de testigos, que jamás vieron caer al general ni escucharon un magnavoz. Como vimos en las crónicas periodísticas, el titular de Defensa dijo el 2 de octubre que había acudido a sofocar una balacera, sin mencionar que quien comandaba la operación había sido herido. Porque de ello habría sido enterado al día siguiente (aunque luego dirá que en realidad iba junto a él, pero no como dice dfs, herido en el momento en que sino bajo una balacera que no permitía moverse). Pero vaya, esto deja afuera al director de dfs que apareció en el diario El excélsior, recibiendo un informe con el dato del herido (pese a qué al secretario de Defensa se le informó al día siguiente…) Estamos ante el nacimiento de una versión oficial, ante una operación, que vaya, luego le sería bastante rentable al régimen.

Tiempo y temporalidad
Me he demorado en un ejemplo de cuál es una de las funciones principales del problema del tiempo en mi investigación. Sobre todo para que se entendiera que este acompaña a la fuente en virtud de una característica que bien pudiera ser intrínseca del carácter oficial. Este toma una perspectiva de lectura cuando se tiene en cuenta el momento de elaboración de un documento sobre un conflicto político del pasado. Cada uno de las versiones muestra, al trabajar sobre su propio momento de escritura e inscripción, una variación de horizontes que presenta mejor así sus huellas. Cuando es observada como una sucesión de capas, la escritura oficial adquiere una densidad que la aleja del acontecimiento, para reflejar el carácter de sus propias transformaciones, los objetivos de su constante construcción.
El ejercicio hecho, que desde la perspectiva de saber qué pasó puede reducirse al problema de las 6 y diez minutos hasta las 6 y veinte, tiene muchas más facetas. Desde la perspectiva del momento de escritura, la lectura de las fuentes oficiales se entiende desde las características de su producción. Y si consideramos a la documentación desde una perspectiva del momento de escritura, debiéramos distinguir también en qué presente está su sistema de referencias y horizonte. Esto es, considerar que un aparato burocrático produce constantemente documentos para asentar datos según un sistema de reporte temporal variable. Este es el presente de la visión, en la mayoría de los casos (aunque nuestro ambiente sobre las cosas de gobierno merece más sospechas). Le corresponde el decir de lo que fue hoy. Este es el caso de los reportes que dejé afuera. Las otras versiones corresponden al presente de las cosas pasadas, el de la memoria.[17] Pero ¿acaso esta lectura es posible?
Si esto permitiera desplazar la lectura a la variación del horizonte del presente en tanto este tiene como referencia al pasado, entonces solo restaría poner el énfasis en el conflicto. Deberíamos tener una idea más firme de los temas del pasado de los que se ocupan los documentos oficiales, cuando lo hacen fuera del registro diario. Arriesgo que el conflicto es un buen disparador de la documentación oficial de este tipo. La justicia, por ejemplo. Pero, cuando el pasado es un tema de análisis de los sectores de control político (que es donde el gobierno es parte y toma partido) o este trata de un conflicto con la ciudadanía, es terreno de tergiversaciones menos inconscientes que las que suponen otras fuentes. Lo oficial aquí, parece reclamar una lectura específica sobre los usos de su imaginación y su retórica particular.
[1] Para la historiografía dominante, el 22 de julio de 1968 se inicia el movimiento estudiantil con el desenlace que todos conocemos. Esta tesis, que configura ya un sujeto histórico particular, tiene ya sus detractores. En pocas palabras, estos sostienen que otros encuentros violentos en otros estados y en años recientes, contribuirían a explicar mejor el fenómeno popular de 1968.
[2] Ramón Ramírez, El movimiento estudiantil de México, p. 387.
[3] Diario Excélsior, 3 de octubre de 1968.
[4] Ramírez, Ramón, op. cit. p. 388.
[5] Idem, p. 390.
[6] DFS 11-4-68, L44 F253
[7] IPS 1459-A/E16/F2
[8] Scherer et al, Parte de guerra, op. cit. p. 112.
[9] ¡El móndrigo! Bitácora del Consejo Nacional de Huelga, Editorial Alba Roja, México, s/f, p. 181.
[10] Idem, p. 184.
[11] Apuntes sobre Tlatelolco, dgips 2865, folio 141.
[12] Parte de guerra, op. cit, p. 141.
[13] Aunque esto habrá que decirlo de un modo menos incisivo.
[14] Kubler le llamaría señales primarias: pues entre las versiones señalas, éstas serían “el testimonio más cercano al acontecimiento mismo”, mientras que las otras serían señales más complejas, estimuladas por las señales primarias. Ver George Kubler, La configuración del tiempo, Nerea, España, 1988, pp. 81 y 82
[15] DFS 11-4-68/L44/255-257
[16] IPS 1459. Los subrayados, salvo indicación, pertenecen al original.
[17] Como lo consideraría San Agustín en el marco de los tres tiempos en que las cosas se registran. Ricoeur, Tiempo y narración, p. 51.